martes, 29 de octubre de 2013

Cuento oriental: El poder real



Hace algún tiempo, leí una pequeña historia o cuento oriental, el cual he buscado, para poder nombrar a su autor, si es que se conoce, y para poderlo transcribir de forma correcta, pero no consigo encontrarlo ni recordar donde lo leí, así que miraré de contar la misma historia con mis propias palabras, ya que considero que de ella se puede aprender algo muy importante.


El Poder Real


Hace mucho tiempo, en unas tierras del lejano oriente, había un sádico conquistador, que se dedicaba a asaltar, robar a las gentes que habitaban en las tierras que arrasaba a su paso, y no contento sólo con eso, se regocijaba en su sufrimiento y se jactaba del miedo que le profesaban.

Un día llegó a una pequeña aldea situada en un valle rodeado de escarpadas montañas, en la que no quedaba nadie, pues la noticia de que se acercaba el conquistador sádico, había llegado antes que él, y las gentes habían partido con todo aquello que pudieron cargar, a ocultarse en las montañas, y así poder salvar sus vidas.

El sádico conquistador, al ver que las gentes de la zona le temían tanto, que salían huyendo sólo ante la noticia de su llegada, se llenó de gozo, y ordenó a sus hombres que saqueasen todas las casas, incluida una pequeña capilla que se encontraba a las faldas de la montaña más alta.

Cual fue la sorpresa de los soldados al entrar en la capilla y ver a un anciano monje sentado en el suelo que los observó sin pestañear. Uno de los soldados salió corriendo a buscar a su señor para informarlo, y al escuchar la noticia, esta hirió su orgullo y su ego, pues alguien no habían salido huyendo todos los habitantes de la aldea.

Indignado y con su espada en la mano, se dirigió a la capilla, y como una tempestad cruzó sus puertas lleno de ira gritando: ¿Acaso no sabéis quien soy yo? ¿Acaso no sabéis que mato a todos aquellos que se cruzan en mi camino, sin sentir ni la más mínima piedad por ellos? Y mientras colocaba su espada sobre el pecho del monje, dirigida directamente a su corazón, le dijo: ¿No me teméis? ¿Acaso no veis que sería capaz de atravesar vuestro corazón con mi espada sin inmutarme siquiera?

El viejo monje levantó su mirada, y clavó sus ojos en los de su enemigo, y con una voz suave como una brisa, le dijo: ¿Y vos, acaso sabéis quien soy yo? ¿Porque debería temeros? ¿Acaso no veis que sería capaz de dejaros que atravesarais mi corazón con vuestra espada sin inmutarme siquiera?


FIN


Las conclusiones sobre esta historia os las dejo a vosotros, yo ya saqué las mías  y de ellas mi aprendizaje.

Namaste

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